sábado, 18 de septiembre de 2010

Noche de Torment@

Me despertó el estruendoso goteo de la lluvia sobre el cristal de la habitación de la pensión. Era la segunda noche que intentaba dormir allí, y la segunda que no lo conseguía.
Un lampo... ¿tormenta o engaño de mi mente?.
El viaje era la guinda de un pastel que nadie quería terminarse por el sabor amargo que dejaba tras el primer sorbo de café.
Viendo que Morfeo había salido a por tabaco y no volvía, velé junto a la ventana contando las gotas aplastadas sobre el cristal con la esperanza de que alguno de los hipnos me viera y se apiadara de mis párpados cansados.

No fue así.

Un relámpago, y luego un trueno ensordecedor...

Así pasé toda la noche. Incluso cuando la tormenta hubo terminado y la gente dejó de correr para socorrerse bajo los soportales yo seguía viendo el rayo y escuchando el trueno.

El relámpago, en un segundo te ciega, todo se vuelve claro a pesar de que no se distinguen las caras de los seres queridos, luz en la noche, más claro, incluso, que la claridad del día...
El trueno, incómodo compañero inseparable que siempre llega tarde, estruendo sin fin, molesto temblor de los sentidos, interminable. Tras su embustero fin el eco entre las montañas despierta animales y ánimas, ensombrece el ánimo, da pavor...

Hoy ya no vislumbro el lampo pero resuena dentro de mí el trueno.

Entonces, amigo, ¿me entiendes?

la caricia es un rayo y el trueno... el dolor.