lunes, 29 de noviembre de 2010

Reflexión

Y, una mañana, el odio febril y demente que sentía, como el humo, se desvaneció entre una fresca brisa de otoño.

-Pesada carga la que has perdido -comentó un anciano, mientras liaba un cigarrillo, sentado en un poyo de piedra- mas no hinches orgulloso el pecho, tal vez, junto al odio, hayas perdido sin saberlo, su antagonista. Tu capacidad de odiar determina, en gran medida, tu entrega en el amor.

Prendió su cigarro y, perplejo, observé el humo que de él salía. Cuando apagó su cigarro comprendí que de su lado estaba la verdad y del mio la soledad.